Siempre me despierto con una sonrisa. Lo malo es que sólo despierto a base de hostias. Cada vez el golpe es más duro, pero parece que no aprendo, y perdonadme si os digo, que ni siquiera sé qué es lo que tengo que aprender. Todos los días me prometo cambiar, ser otra persona, a ser posible mejor. Creedme, aún no he conseguido cambiar ni de peinado, ¿pereza?, no, por una vez creo que lo que me pasa se acerca más a eso de “más vale lo bueno conocido que lo malo por conocer”. Y el problema es que le conozco muy bien, bueno, más que conocerle, le intuyo, tal vez demasiado, tanto como para creerme que no puede sorprenderme, y me sorprende, últimamente, más para mal que para bien. Yo, era (probablemente aún lo soy), una de esas personas que ni ellas mismas saben lo que quieren, de esas que te dicen blanco y ya están pensando que mejor negro, vamos lo que viene a ser una “hermana de sangre de la indecisión”, pero lo peor de todo, es que si ni yo me entiendo, como me iba a entender él, bueno, ni él ni nadie. He llegado a ser la tía más dura del mundo, y podría haber ganado un Óscar fingiendo que no me importaba, cuándo si lo hacía, y demasiado. Estaba advertida, el karma ya me había demostrado antes que uno recoge lo que siembra, pero me la volví a jugar. Y aquí estoy de nuevo, enamorada, arrastrándome, persiguiéndole cual perra, a veces diría yo que acosándole. “Hoy, no le hablo” pienso todos los días, sí, y al mismo tiempo que lo estoy pensando, mi pulgar pulsa “Enviar”. Ale, otra vez a esperar una respuesta, otra vez a reprimir mis ganas, otra vez a fingir que estoy bien. Es cierto, que tiene todo el derecho del mundo a ignorarme, es más, yo lo hacía, y cuanto más venía, más me alejaba; y la cuerda se rompió, y me caí por seguir tirando, y no sé si esta vez me voy a levantar. “Olvídale”, claro, deja tú de respirar a ver que pasa. Y es que es más que un primer amor, es ya una parte de mí, es mi carta de presentación, una droga más adictiva que otra cualquiera. Proceso de reconquista, sí, pero tengo muy poca paciencia, y últimamente me estoy dejando las ganas en casa. Harta de no recibir una respuesta clara y concisa, harta de darlo todo y solo recibir reproches, harta de estar dejando escapar mi vida mientras persigo ser parte de la suya. Y es lo que pasa, que después de “arrastrarme” me pringo entera de rencor, y el rencor, no suele sentar bien en el futuro. Pero no puedo evitarlo, y hasta que no tengo lo que quiero, no paro, aunque no esté a su lado, no dejo de sentirle cerca. Aunque hemos llegado a un punto en el que somos miramos las cosas malas de nuestro pasado, en el que la desconfianza a tomado las riendas de esta “relación”, hemos llegado a un punto en el que parece que ninguno de los dos sabe por qué lo nuestro aún existe, o por lo menos esos es lo que él piensa, porque yo sí que lo sé. El tiempo corre, siempre en nuestra contra. Y yo también corro, sí, hasta ahora detrás de él.